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PINTURA EGIPCIA

Nace en el periodo predinástico, hacia el 4.000 a. d. C. Sus inicios son muy similares a la última pintura prehistórica del Levante y el Mediterráneo. Consiste en cerámicas pintadas con figuras primitivas de animales, o en siluetas planas que flotan en espacios no demarcados por encuadramientos o líneas de suelo.

No podemos hablar de arte egipcio sin referirnos a la religión que tiene un carácter plenamente oficial y conformador de la realidad social. El garante de todo ello es el faraón, responsable de que el devenir humano responda al plan divino. Por ello le vemos oficiando los cultos en todos los relieves de los templos. Creían en la inmortalidad del alma y del cuerpo; pensaban que se podía disfrutar eternamente de los placeres de la vida, siempre y cuando la imagen del fallecido estuviese reproducida en las paredes de la tumba. Por eso gran parte de la pintura egipcia está dedicada a los muertos. Sin embargo, es posible que no creyesen en la necesidad de hacer grandes gastos para asegurar una buena vida después de la muerte y escogiesen la pintura como una forma de ahorrar trabajo y costes. Destacan como ejemplos de pintura funeraria antigua “El Friso de las Ocas” en la antigua ciudad de Meidum, y el “Grupo de plañideras de un cortejo fúnebre” de la tumba de Ramosés, en Cheik Abd el-Gurra, donde las mujeres de la pintura son planas y esquemáticas, pero sus gestos angustiados vibran de dolor.

Pero este estilo pictórico ceremonial no era el único que se practicaba. Muchos egipcios tenían murales en sus casas, elaborados en estilos de textura muy variada. Pero por desgracia, sólo quedan pequeños fragmentos de estos murales.

La Pintura se realiza al temple y con una pequeña gama de colores planos. Se caracteriza por los contornos muy bien delimitados, los colores intensos y contrastados, la constante presencia de elementos de la naturaleza y el frontalismo que, como en la escultura, se repite en toda la producción pictórica. Es una pintura que huye de cualquier sensación de profundidad. Combina la perspectiva de frente y de perfil, y en ambos casos, la representación de los ojos se hace como si se viesen de frente. Y algo peculiar: la alegría que se trasluce de las figuras resulta sorprendente en una cultura de tumbas.

ETAPAS:

Los restos del Imperio Antiguo (3000-2180 a. d. C.) son escasos, pero muestran una gran perfección. Destaca el naturalismo de las pinturas de Atjet, en Meidum.

El Imperio Medio (2133-1786 a. d. C.) con la progresiva utilización del hipogeo como forma de enterramiento, propicia que la pintura alcance protagonismo en la decoración funeraria. Aumenta la superficie pintada, el número de temas y la libertad con que son representados en las variadas escenas los múltiples personajes.

Durante el Imperio Nuevo, la pintura egipcia experimenta su máximo apogeo. Muchas de las explicaciones que se realizan mediante la escritura jeroglífica se desarrollan dramáticamente, y las tumbas se llenan de frisos que expresan los sentimientos y los procesos que allí se producen. Las figuras se hacen más estilizadas y los artistas buscan reflejar el movimiento. Las tumbas reales siguen manteniendo un carácter más rígido y simbólico, como se merecen los difuntos, con programas iconográficos de compleja significación religiosa. Durante el cisma de Tell-el-Amarna, la pintura sigue los cánones innovadores impuestos por el nuevo faraón.

Las artes figurativas en el período de decadencia se mantienen alejadas de las influencias helenística y romana, perviviendo su fuerza expresiva que incluso llega a influir iconográficamente en el primer arte cristiano.

No podemos olvidar las pinturas sobre los rollos de papiro, cuyas piezas fundamentales son los “Libros de los Muertos”, ricamente decorados, donde se contenían las instrucciones para guiarse tras la muerte y que colocaban junto al difunto en el interior del ataud.