54 obras del autor: Jordá - (Joan Jordá)

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Siglo XX. Transvanguardia/Figuración
- Expresionismo Figurativo54

Apunte Biográfico

Joan Jordà, nacido en Sant Feliu de Guíxols (Girona), el 3 de septiembre del año 1929, hijo de Antonia Godo, costurera, y de Víctor Jordà de familia dedicada al tratamiento del corcho.

Los primeros diez años de la infancia de Juan Jordà, se desarrollaron en un ambiente de crispación política, cambios sociales y aires prebélicos. Se impregnó del ideal libertario en el que se movía su familia.

Al estallar la guerra su padre tomó parte activa en la contienda del lado republicano. En los últimos días de enero de 1939, la familia Jordà cruzó la frontera de Francia.

En 1945, la familia se reunió en Toulouse, donde la comunidad exiliada española era importante.

Su formación autodidacta, y los conocimientos adquiridos en casa de un pintor exiliado llamado Hernández se verán incrementados cuando Jordà decide seguir cursos como alumno libre en la Escuela de Bellas Artes de Toulouse, entre 1955-1957. Apuntándose a la Sección Libre de la Academia, pudo escoger las materias que más le interesan, la de pintura y grabado, que impartían los profesores Espinasse, Letaudy y Louvrier.

Los años que siguen hasta sus primeras exposiciones individuales y colectivas en la década de los setenta, comprenden etapas de trabajo y personales que se complementan con el interés creciente por la pintura, sus técnicas, y el deseo de iniciar una andadura profesional artística que madurará a medida que pueda ir dedicándole mayor parte de su tiempo.

En 1979 Jordà será unos de los miembros fundadores de CAPT (Coordination des Artistes Plasticiens de Toulouse) compuesta por diez pintores que trabajaban en Toulouse y la región, para dar a conocer la pintura contemporánea. Bajo los auspicios de este grupo, Jordà participará en distintas exposiciones por diferentes lugares de Francia, potenciando y dinamizando el panorama artístico de la región.

En su primera exposición individual de 1976 presentó un conjunto de obras en las que paisajes extrañamente accidentados, desnudos irreales, distantes, o geometrizados, mostraban a un artista curioso de todas las técnicas, de todos los estilos, en los que pretendía hacer coincidir la pintura con una proyección de sí mismo. Esta exposición fue muy importante, marcó el inicio de una búsqueda dinámica, cargada de anécdotas y claves para el futuro desarrollo de su obra.

Sin presentar una ruptura con la concepción clásica de la imagen, sus figuras surgían del caos para ir reconstruyéndose a través de formas, formas-signos, que nos permitirán la legibilidad de la obra. Signo-ojo, signo-mano, pez, triángulo, redondo, figura de rey, ninot, son caracteres que nos revelan una alta capacidad de abstracción y de sistematización. Esta escritura viene de un mundo interior, convirtiéndola en su propia exploración de lo visible y de lo informal.

No hay un sentido literal para cada signo, puesto que están ligados estrechamente con el mundo de la emoción y la pasión, y comportan sentimientos dispares de tormento, angustia, miedo, lucidez, alegría, dirigidos al alma. Esta forma plástica de comunicación personal confiere un carácter de rareza a sus composiciones, y le alejan de las modas cambiantes y pasajeras, ayudándole a ir creando los signos distintivos de su pintura.

Durante la década de los ochenta experimenta una voluntad de hacer de la pintura algo más que pintura, tocar la sensibilidad y la consciencia del espectador a través de lo representado, o de los temas escogidos; se convierte en un intérprete denunciante de hechos negativos que existieron y siguen existiendo en nuestra sociedad.

Los bombardeos, es un tema recurrente a lo largo de su carrera. El bombardeo entendido como el momento en el que literalmente todo explota, donde el cielo se confunde con la tierra, y una mitología grotesca y delirante se adueña de la superficie del cuadro.

Sus constantes de compromiso pasan por denunciar la guerra, la violencia, el dolor y las aberraciones de los poderes totalitarios, pero sin olvidar nunca el valor estético de la obra, porque para Juan Jordà, la pintura pasa antes que el mensaje.

En los siguientes años, va trabajando incansablemente en su taller, ganando en seguridad. Su grafismo se hace más enérgico, su paleta ofrece riqueza de matices, más densa y más vibrante en el espacio donde se inscribe la sugestiva visión del artista. Una visión que se despliega en bulliciosas y dinámicas arquitecturas de figuras y de signos, que enmarcan a nuestros ojos el mundo de los deseos y fantasmas secretos del pintor.

Los cuadros de gran formato dan a Jordà la ocasión de hacer más complejos sus personajes, sus puestas en escena. Personajes totémicos, a medio camino entre un expresionismo dramático y unas raíces primitivas, que los sitúan en el cruce de caminos de múltiples civilizaciones.

Las Meninas (1987), pequeñas damas de compañía para los infantes reales, que Velázquez nos muestra en su excelente cuadro, han inspirado a más de un pintor contemporáneo. Picasso encontró en ellas un soporte nutritivo para su inspiración. Jordà propone su propia interpretación a medio camino entre los dos genios. Las gentiles y benignas Meninas se convierten en inquietantes jovencitas, o perversas mujeres surgidas de lugares extraños. Las Meninas de Jordà se sitúan en un registro humano desgarrado entre las incertidumbres y los fantasmas de la época.

Los Desnudos (1989) que presentó Jordà al final de la década, no pretendían renovar el tema, eran una especie de sintetismo entre la influencia picassiana, el constructivismo y la expresión geometrizante.

En estos desnudos femeninos, el artista hace búsqueda de grafismos, formas y color. En la configuración del cuerpo utilizó una escritura esquemática de volúmenes, de contornos lineales claramente marcados, muy angulares, sin concesión alguna a la belleza. No es la plenitud de una liturgia carnal y casi mitológica del siglo pasado, sino una especie de teatro barroco, irónico, casi sarcástico donde los desnudos, entre el orden y el caos, parecen más bien degollados que respondiendo a cánones de belleza.

A comienzos de la década de los noventa Jordà depura sus composiciones, tiende a una mayor simplificación para cernir mejor las formas, y la estructura subyacente, a fin de encontrar su propio lenguaje. Un arte sin concesiones, reducido a lo esencial, poco preocupado por gustar, lo que le proporciona su autenticidad.

En 1991 trabaja en variaciones sobre la figura y las máscaras, y confirma su maestría en construir su universo interior concebido como un territorio mágico y trágico a la vez, donde se exteriorizan las fuerzas primitivas, los desgarros complementarios de la línea, del signo y del color. Esto aparece en cada tela, convirtiéndola en pintura de la intensidad y del grito, del gesto, del amor y la violencia, de lo real y de la apariencia, tanto como una expresión depurada y tormentosa de una condición humana continuamente puesta en cuestión.

En adelante cada proyecto será una nueva aventura. Se implicará en cada tela con una interrogación total, pero hay siempre una constante: la preocupación humanista y ética. La pintura no debe servir para sentir placer, sino aportar a la vida y los acontecimientos una mirada crítica, y hacer mover las cosas. La autenticidad del recorrido es apreciable en cada experiencia, es decir, cada tela está precedida de un campo de investigación afectiva, de un proceso de experimentación entre la pareja alegría-sufrimiento.

Para Jordà el arte es la expresión más profunda del ser, por lo que rechaza lo superfluo en aras de este ideal estético e intelectual que se convierte en el motor de su vida y en la fuerza de su existencia. Una obra de arte sólo tiene interés si es una proyección muy inmediata y directa de lo que acontece en las profundidades de un ser.

Para él la pintura es un lugar de reflexión, en donde además de emoción hay que encontrar el equilibrio, la armonía y el orden.

La escultura ha interesado también al artista. Como si de un trabajo arqueológico se tratara, recoge materiales inmediatos, piedras, maderas, metales diversos, que liga, ensambla y horada formando entidades escultóricas producto de su imaginación artística. Todas las obras están formadas por diferentes piezas ensambladas unas a otras, y todas juntas forman composiciones diferentes de su anterior origen, asociaciones reales entre objetos dispares de entidad y de forma, que poco a poco se aproximan a nosotros convirtiéndose en un objeto artístico con el que convivir.