En el retrato de la vida de Carmen Domínguez, siempre marcada por el aprendizaje constante, no se puede dejar de lado la figura de su padre, que le inculcó el amor por el arte, le fomentó el placer de perderse por las salas de los museos admirando a los grandes pintores. La pintora, segunda de una familia de cinco hermanos, a la que obligaron a estudiar Magisterio, pues no era seguro que una mujer pudiera vivir del arte. A pesar de todo, Carmen, nunca dejó de pintar. Una vez terminados sus estudios, se matricula en el centro Superior de Bellas Artes en Madrid.

En 1968 marcha a París y se matricula en la Escuela de Bellas Artes, donde descubre un mundo totalmente nuevo, fuera de las normas que se impartían en España en ese momento. Descubre a los grandes maestros y se encuentra caminos nuevos en su empeño de pintar sentimientos.

Tras un año en París, regresa a España, se casa y tiene cuatro hijos.

A principios de los años 80 viaja a Rusia, donde se siente marcada por la fuerza impresionista de su arte y donde analiza el sentido religioso de los iconos.

Admiradora de Picasso, Mondrian, Paul Klee, Kandinsky, Juan Gris y Miró; siente que “pintar un cuadro es avanzar en lo desconocido, mantener el sentimiento de los peligros que corre, sentir el precipicio”. Entiende la pintura como una pasión que la desborda, una necesidad que llega sin avisar, como la fiebre.

En 1983 realiza su primera exposición individual en la Galería Torrado de Pontevedra, tras participar previamente en varias colectivas.

A partir de ese año, empieza a conseguir los primeros premios: Medalla de Oro de Pintura Religiosa y Concurso Nacional Casinos de España (1983), Primer Premio Concurso Pintura Libre Comunidad Autónoma de Andalucía (1986).

Participa en la Bienal de Pontevedra, expone en Ferrol, Granada, Vigo, Madrid, Coruña, Santiago, Alemania y Buenos Aires.

En 1988, se traslada a Argentina. Realiza un retrato del abuelo del Presidente Argentino, Raúl Alfonsín.

Su carrera se consolida tras exponer en las galerías Buades y Macarrón de Madrid y haber sido seleccionada en la bienal Unión FENOSA.

Su pintura es una obra cargada de gran sensibilidad hacia la luz y una perfecta maestría en la combinación de colores; fundamentalmente fuertes, pero, sobre todo, vivos.